¿Y después de los Juegos, qué?

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Los Juegos Olímpicos, como los Mundiales de fútbol, arrastran una contradicción cada vez mayor.

¿Está bien gastar millones de dólares para un espectáculo deportivo? ¿No hay que priorizar otros aspectos de la sociedad, sobre todo en países subdesarrollados, antes de largarse a la construcción de estadios e instalaciones millonarias que después del show casi no tendrán uso? ¿O ser sede de semejante fiesta mundial vale cualquier gasto?

Brasil ganó la sede de los Juegos Olímpicos en el 2009, cuando estaba en pleno crecimiento, viviendo años de riqueza y abundancia, con un presidente en el pico de su popularidad y aceptación. Muy pocos podían negarse a la idea tan tentadora de mostrarle al mundo que podían organizar un Mundial y un Juego Olímpico. Sin embargo, en sólo siete años, el panorama político, económico y social cambió de una manera increíble. Así y todo, Brasil, con aporte de privados y miles de millones que salieron del Estado, hizo lo que pudo para organizar los Juegos de la manera más decente posible. Estuvo a la altura, se dio el gusto y quedará para la historia.

¿Pero después de los Juegos, qué? La Villa Olímpica, ubicada en la coqueta Barra de Tijuca, donde se alojaron cerca de diez mil deportistas durante los Juegos, es un barrio que tiene 31 torres de 17 pisos, con un total de 3604 departamentos. Costó más de 900 millones de dólares. En teoría, se hizo sólo con dineros privados. Sin duda fue la obra inmobiliaria más grande que necesitaban para la cita olímpica. Se dijo que sin mayores problemas venderían todos los departamentos para que los usaran después de las competencias. Sin embargo, según informan diarios brasileños, por ahora se ha vendido menos del veinte por ciento de los departamentos.

El Parque Olímpico, también ubicado en Barra de Tijuca, donde se jugaron deportes como básquetbol, balonmano, natación, gimnasia, tenis, ciclismo, lucha y esgrima, entre otros, cuenta con diez estadios, muchos de ellos con capacidad para diez mil espectadores. Fue un lujo recorrerlo. Pero la pregunta que nadie quería responder flotaba en el aire: ¿Qué harán con todo esto cuando pasen los Juegos? Las autoridades de Río dijeron que el Parque ahora será un complejo deportivo y educacional. Tratarán que estudiantes practiquen deportes allí y que atletas de alto rendimiento lo usen para su preparación.

La Línea 4 de subte fue construida especialmente para los Juegos, y une la zona de Copacabana e Ipanema, con Barra de Tijuca. Son 16 kilómetros. Costó tres mil millones de dólares. La abrieron días antes del comienzo de los Juegos. Fue muy útil para los miles de turistas que tenían que ir hasta Barra. Ahora aseguran que le simplificará la vida a miles de brasileños, sin embargo, algunos más escépticos, dicen que con los colectivos ya era suficiente.

Todos hablan de la fiesta del olimpismo en Río. Pocos hablan de la cantidad de cariocas que fueron desplazados de sus casas porque vivían en zonas donde había que hacer obras para los Juegos. Ya había pasado lo mismo antes del Mundial 2014. Es más fácil y vende más poner el foco en el estadio Maracaná o en el Olímpico, y no en las favelas.

Son muchos los casos que llevan a las preguntas, que hacen dudar de cuánto, realmente, tiene que valer el espectáculo deportivo. Grecia pagó muy caro, con una gran crisis económica, los Juegos del 2004. Años después, las instalaciones en Atenas estaban abandonadas. Beijing hizo unos Juegos faraónicos y ahora tiene estadios que son elefantes blancos. Los de Londres 2012 fueron los Juegos más caros de la historia. Habrá que ver en unos años qué pasa en Río de Janeiro. De todas maneras, si hay algo que hemos aprendidos con los años es el show debe continuar.