Cuando más seguros nos sentimos, la confianza nos mata
La seguridad es la ausencia de peligro o riesgo, una sensación de total confianza que se tiene en algo o alguien. Nos sentimos seguros. La definición, dentro de las ciencias de la seguridad es "ciencia interdisciplinaria que está encargada de evaluar, estudiar y gestionar los riesgos que se encuentra sometido una persona, un bien o el ambiente". En la calle nos sentimos seguros cuando no pensamos en algún problema. Y ese es el problema.
La seguridad vial es una sensación que hoy pocos tienen en cuenta antes de perderla. No es difícil observar conductores/as hablando por celular. O peor, tratando de mandar un mensaje. Niños sin cinturón “porque no les gusta llevarlos, se lo sacan”. Uno o (peor) dos adultos con chicos sin casco en pequeñas motitos. Yendo o volviendo de vacaciones, con maniobras muy arriesgadas mientras la familia va a bordo. Y eso que tienen a los más cercanos a cargo. El prójimo más lejano, el que no conocemos, directamente no forma parte del inventario de prioridades. Así, no es imposible entender la peor tragedia vial en la montaña mendocina, con la mitad de los pasajeros de un colectivo, muertos por el exceso de velocidad.
Justo el sábado pasado, para el suplemento “Al Volante” del diario La Nación, Gabriel Tomich (periodista de gran trayectoria en el tema “fierros”, pero también en lo que respecta a seguridad) publicó un tuit muy interesante de El corrector (@iCorreccion) que decía: "Se estima que el cerebro humano tiene 100.000 millones de neuronas. ¿Por qué no usar unas para escribir bien?" (sic). A ese punto de partida, le sumó otra publicación en Twitter, en este caso de Axel Dell'olio, también especialista en seguridad vial, con este texto: "#Llamadoalasoliradidad, se solicita con URGENCIA 125 gr de cerebro. ¿Es necesario llevar a los DOS nenes al volante? ¿La mujer, no lo denuncia?", acompañado por dos fotos de una vieja pickup en las que se ven a un hombre (supuestamente el padre) llevando a dos niños pequeños (unos 5 años) en su asiento y a uno de ellos parado ¡agarrando el volante!, mientras que una mujer (probablemente la madre) mirá la escena con el brazo fuera de la ventanilla. A todo el escenario, Tomich (en la nota publicada ese mismo sábado, el día de la peor tragedia vial en nuestra montaña) agrega su óptica: "Se estima que el cerebro humano tiene 100.000 millones de neuronas. ¿Por qué no usar algunas para conducir bien y cuidar a nuestros hijos? Sería bueno que si vamos con nuestra familia usemos las neuronas, aunque hay muchos que parecen no haber sido bendecidos por la naturaleza”.
Al Estado le cabe una responsabilidad ineludible: prevenir, reforzar los controles, para achicar este espacio de riesgos, hacer obras, fomentar la conciencia. Pero entre nosotros, los habitantes de todo el suelo argentino, parece casi un imposible respetarnos. Eso incluye los límites de velocidad, usar el cinturón de seguridad, no utilizar el celular, no tomar alcohol si vamos a manejar, dejar espacio de frenado, utilizar correctamente las luces, prestar atención al tránsito, etcétera. Si andamos en moto ¿es imprescindible filtrarse por hasta el más mínimo espacio entre dos vehículos al filo del toque? En bici ¿podemos cruzar los semáforos como corresponde? ¿O circular sin luces y reflectantes de noche? Cuando caminamos o hacemos ejercicio ¿no es demasiado peligroso cruzar la calle de espaldas al sentido de circulación? Los accidentes ocurren en fracciones de segundo, cuando más seguros nos sentimos. “La confianza mata al hombre" dice un refrán. Y también nuestra cruda realidad.
