Los parricidios más espeluznantes y recordados de la historia argentina

Desde que ocurrió el doble crimen en Vicente López, el país se mantiene expectante sobre las investigaciones que realiza la justicia en tratar de determinar si fue el hijo menor del matrimonio el autor.

El pasado 25 de agosto hallaron sin vida en el garage de una casona ubicada a pocos metros de la Quinta Presidencial de Olivos, en Vicente López, a Mercedes Alonso, de 72 años, y a su marido José Enrique del Río, de 74, asesinados en a bordo de un Mercedes Benz, con el cinturón de seguridad puesto.

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El asesino los mató luego de dispararles de cerca, según informaron los investigadores. Ella tenía un disparo en la cabeza, a la altura de uno de sus ojos, mientras que el hombre tenía tres repartidos entre cabeza y tórax.

Con los días la pesquisa avanzó y determinó que quien los mató estaba sentado en los asientos traseros del auto y conocía el interior de la casa, porque tenía acceso a ella. En primer lugar arrestaron a María Ninfa Aquino, la empleada doméstica.

Pero quince días después del crimen, los investigadores giraron su sospecha hacia Martín Santiago del Río, un empresario de 47 años, que es el hijo menor de las víctimas fatales. La hipótesis sostiene que móvil pudo haber sido económico.

La acusación de doble parricidio que recibió del Río hizo que la sociedad se estremeciera y a su vez trajo a la memoria de los argentinos los delitos de este estilo que marcaron la historia.

El término parricidio viene del latín y significa asesinar a otro pariente con el que se comparte sangre. Para la Justicia argentina es el homicidio a padres, abuelos, primos o tíos.

Los hermanos Schoklender

En la madrugada del 30 de mayo de 1981, los hermanos Sergio y Pablo, de 20 y 23 años, asesinaron a sus padres en su departamento en Belgrano, Ciudad de Buenos Aires. Los envolvieron en sábanas y toallas y los escondieron en el baúl de su auto. Gracias a un hilo de sangre que caía, la Policía descubrió los cadáveres de Mauricio Schoklender, ingeniero, y Cristina Silva, actriz.

Ambos fueron condenados a prisión perpetua, cumplieron su condena y hoy están libres: Sergio vive en Santa Fe y Pablo en Paraguay, pero ninguno de los dos volvió a hablar del parricidio.

Los hermanos da Bouza

Santiago y Emanuel, de 24 y 23 años, mataron a su padre a tiros con una pistola Bersa 22mm la noche del 25 de marzo de 1998. Confesaron que lo hicieron porque "siempre los humillaba" y aunque intentaron hacerlo pasar como un robo, los investigadores los descubrieron rápidamente.

Ramón Da Bouza era contador, había sido funcionario de Alfonsín y con sólo 44 años ocupaba una gerencia del grupo Techint. Era un hombre respetado, pero su casa era un infierno.

Ambos hermanos fueron condenados a prisión perpetua por homicidio calificado por el vínculo.

El "carnicero de Giles"

Fernando Iribarren forma parte, sin dudas, de los parricidas más escalofriantes. Vivía en la pequeña localidad bonaerense de San Andrés de Giles y en 1986, un mes después del mundial en México, el joven que entonces sólo tenía 21 años, contó a sus allegados que toda su familia se había ido a vivir a Encarnación, Paraguay, huyendo de una deuda.

La verdad de la historia salió a la luz en 1995 cuando los vecinos se mostraron preocupados por Alcira Iribarren, su tía enferma de cáncer. Hace días que no sabían nada de ella. El 31 de agosto confesó: "Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza".

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Luego amplió su argumento: "No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo".

"Las hermanas satánicas"

Gabriela y Silvina Vázquez mataron a su padre, Juan Carlos Vázquez, en Villa Pueyrredón, el 27 de marzo de 2000, tras sufrir un brote psicótico producto de una esquizofrenia.

Los vecinos denunciaron ruidos extraños y cuando los policías forzaron el ingreso al hogar había una biblia, un espejo roto, velas encendidas, incienso y vasos desparramados por el departamento.

Silvina estaba desnuda, tenía un cuchillo en la mano e invocaba con voz gruesa a su madre. Gabriela solo la cubría una remera. Las dos estaban ensangrentadas y el padre muerto aferrado a la baranda de la escalera con cientos de puñaladas.

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