La risa

Una señorita muy canchera viene a mi encuentro.






Una
señorita muy canchera viene a mi encuentro. Ingresa mis datos en esas cosas tan
modernas que ya ni sé cómo se llaman, y con una sonrisa amplia me dice que tome
asiento, que en un “ratito me van a atender”. Acostumbrado a las mentiras cotidianas
de las empresas de telefonía móvil, me preparo para perder toda la tarde.



No
me equivoco. El “ratito” se convierte en dos horas y media y mientras enfilo
para la gloriosa puerta de salida, le doy una nueva mirada a las paredes y
posters llenos de gente sonriendo que insisten en vendernos un mundo que no
existe. No sé por qué estúpida razón, me dejé convencer que esta compañía podía
ser mejor que la que me había maltratado los últimos diez años, vendiéndome
“ventajosos” abonos que sólo buscaban retenerme.



La
idea era probar la famosa portabilidad. Portabilidad,  por otra parte, que llegó demasiado tarde a
nuestro país, si nos comparamos con la mayoría de los países de la región. Sin embargo,
me entero luego por amigos, que esa idea de conservar mi número yéndome a la
competencia no era tan fácil. Que más del 50% de los pedidos de cambio de
compañía, manteniendo el mismo número, eran igualmente rechazados por las
famosas tres empresas. Que las mismas podían darse el lujo de decir que “no”
sin dar ninguna razón o explicación.



Y
así nomas, después de masticar tanta bronca contra estos tres monstruos que se
llenan de plata vendiéndonos el aire más caro del mundo, me puse a investigar
algunos números del sector. En Argentina, las empresas de telefonía celular
obtienen tasas de ganancias por encima del 30%, convirtiéndose en uno de los
negocios más rentables, junto con la soja y la minería y otras fructíferas
actividades que el modelo “nacional y popular” supo gestar. Esta rentabilidad
elevada se explica claramente por la falta de competitividad del mercado y por
el asombroso, sino sospechoso, parecido en los servicios prestados por todas
las empresas.



En
nuestro país, hay más de una línea por habitante, lo que explica no solo la
“torta” de plata que mueven estos muchachos, sino también la insuficiente
cobertura de la telefonía fija en muchos lugares de nuestra geografía ¿No es
una picardía dejar que las mismas compañías que prestan el servicio de
telefonía fija, se apropien también del mercado de la telefonía móvil?  ¿Cuál es el incentivo que éstas tienen para
invertir en un mejor servicio de telefonía fija que realmente llegue a todos
los rincones del país, cuando el mercado de la telefonía celular resulta mucho
más tentador, en términos monetarios, debido a la escasísima regulación que el
Estado tiene sobre éste?



Esperando
el bendito pase de compañía, me dedico a comprar una que otra tarjeta para
mantenerme comunicado lo mínimo e indispensable y… no dejo de sorprenderme. El
crédito se me escapa como agua entre las manos. Aún con la “generosidad” de
quienes vienen aprovechándose de mí los últimos años, aún con su famoso regalo
que me permite duplicar y hasta triplicar el crédito por seguir eligiéndolos a
“ellos”, hago un par de llamados, mando un par de mensajes y nuevamente escucho
a la maldita operadora que, con voz metálica, me recuerda que si quiero seguir
siendo parte de este mundo, tengo que seguir desembolsando dinero hacia sus
arcas. ¡Esta gente vende el aire más caro que la onza de oro o el barril de
petróleo venezolano! Repasando algunas estadísticas sobre el sector, me
desayuno que más del 70% de los usuarios en la Argentina utilizan telefonía
prepaga. Lo cual resulta insultantemente caro. Un robo a mano armada. Y pienso:
“Más de lo mismo”.



Podemos
encontrar muchas explicaciones para entender por qué estas grandes empresas siguen
gastando miles de pesos en publicidad y alquilando los locales más caros del
centro de la ciudad. El negocio es fenomenal. La política del sector sigue la
herencia privatista de los años noventa. El Estado está ausente en la
regulación de las telecomunicaciones y como conclusión, nosotros, como usuarios
y como ciudadanos, quedamos a merced de la voluntad de estas compañías que no
paran de facturar a costa nuestra.



De
regreso a casa y mientras me cruzo por enésima vez con aquellos carteles de
gente linda mostrándonos lo maravilloso que es estar conectado, intentando
convencernos de lo fantástico que sería elegirlos, me asalta un momento de
lucidez. Esa sonrisa casi perfecta que se dibuja debajo de la melena de la
morocha linda de la foto, me lleva a una conclusión inapelable. No se ríen CON
nosotros. Se ríen DE nosotros.