Chiqui Tapia: ¿El más listo de la vereda?

En un contexto de desbande organizativo, brumas y hogueras de las vanidades no es casual que el sillón mayor de la Asociación del Fútbol Argentino sea de Claudio “Chiqui” Tapia, un genuino producto de la célebre “Universidad de la Calle” y un verdadero campeón de las alianzas provechosas.


Por Walter Vargas (Agencia Télam)


Sanjuanino de Albardón, de Barracas por adopción y todocampista por vocación, serán de Tapia las mieles del poder, la responsabilidad que conlleva un rol pesado y los eventuales efectos colaterales de sus propias limitaciones.


La AFA jamás ha sido un paraíso, pero a la vez jamás se ha parecido tanto al infierno: clubes quebrados o al borde de la quiebra, campeonatos diseñados de apuro y siempre de calendario provisorio, selecciones nacionales en clave de juguetes del destino, estadios incómodos, peligrosos o ambas cosas juntas, barrabravas campantes, creciente descrédito a los ojos de la comunidad y batallas internas entre tahúres variopintos.


Claro que en ese escenario el flamante presidente de la AFA se maneja como pez en el agua.


He ahí, al parecer, el arte de un pasmoso Fórmula Uno del siglo XXI.


Hagamos las cuentas: en el 2000 un grupo de socios lo invita a ver un partido de Barracas Central (el club donde jugó) y un año después ya es su presidente, al poco tiempo es el máximo responsable de la mesa de la Primera C en la AFA, después también de la B y en menos que cantó el gallo goza de la bendición del capo di tutti capi, del que ya sabemos.


El mismísimo Julio Grondona devino padrino de esforzado y metódico trabajador que primero fue barrendero y después empleado del Sindicato de Camioneros, donde un jugoso cóctel de amor y providencia lo unió a la hija de otro “mismísimo”, Hugo Moyano.


Elegido por Grondona como su discípulo más prometedor y aceptado como yerno por Moyano, y además prohijado por el zar sindical y presidente de Independiente. ¿Qué más?


Acopiar voluntades en el ascenso y en los clubes del interior, domar a todas las fieras posibles de los vendedores del pescado grande y aprender la letra chica de la escarpada geografía de Viamonte 1366.


Todo eso y más supo hacer Chiqui Tapia hasta convertirse en vicepresidente segundo de la AFA, asidua cabeza de las delegaciones de la Selección de mayores e incluso en el representación olímpica que penó en los Juegos de Río de Janeiro y por extensión en el portador de un paso firme en medio de otros candidatos que perdieron por abandono, se autodestruyeron o se inclinaron por estrategias más a la medida de sus apetencias.


Marcelo Tinelli, por caso, a quien primero descalificó por haberse disfrazado de mujer en un show de la tevé, después impugnó por temas reglamentarios y conforme pasaron los meses, los años y las discordias terminó por considerar no un amigo de toda la vida, ni un aliado químicamente puro, pero sí un adversario digno de compartir las parcelas de la tienda: la Superliga para vos y la AFA para mí.


La verba de Tapia es escueta y sin embargo muy eficaz: puertas adentro, esa eficacia se da por descontada y puertas afuera se resume en su palabreja preferida: “consenso”.


Un prestidigitador de los consensos, el hombre, un titiritero de las adhesiones.


Algo debe tener: Diego Maradona y Daniel Angelici no se soportan, pero los dos apoyaron que herede la poltrona del legendario Don Julio.


Algo debe de tener alguien que fue denunciado por la utilización non sancta de los dineros del CEAMSE y ha pasado de taquito el detector moral de la FIFA purificadora que capitanea Gianni Infantino.


Algo debe tener alguien que ha sacado chapa de perfil bajo y consintió que el estadio de Barracas Central lleve su nombre.


“Chiqui” Tapia no tendrá glamour, pero sí un no sé qué de héroe impermeable de película de Hollywood: mientras en Suiza despellejaban a Messi, el tipo cumplía con el minuto a minuto de las redes sociales y lucía su sonrisa de pasta dental en una peluquería.