Extractivismo

Por Sergio Papi ¿De qué se trata? El extractivismo, o también llamado en estos días neo-extractivismo, es un modelo que impone un país cuando centra su crecimiento en la exportación de materias primas tales como el petróleo, los minerales y los productos agropecuarios.



Por Sergio Papi



¿De qué
se trata? El extractivismo, o también llamado en estos días neo-extractivismo, es
un modelo que impone un país cuando centra su crecimiento en la exportación de
materias primas tales como el petróleo, los minerales y los productos agropecuarios.
Este modelo no sólo deja de lado cualquier proyecto industrial necesario para
el desarrollo sino que trae consigo daños irreversibles al medio ambiente, y
sobre todo, mantiene a los países en el atraso económico.



El extractivismo
es un fenómeno presente en casi todas las economías latinoamericanas, muchas de
las cuales se autodefinen como progresistas o de centro-izquierda, incluida la
argentina. Sin embargo es un fenómeno complejo del que no se habla mucho porque
se  busca ocultar los resultados adversos
tanto sobre la naturaleza como sobre la población. Y es claro que así sea, porque
cuando los discursos de estos gobiernos sobre el combate a la pobreza y el impulso
hacia una mejora en la distribución de la renta vienen de la mano del saqueo de
los recursos naturales por parte de las grandes multinacionales de los
hidrocarburos, de la minería y de los agronegocios, entonces las mentiras se
hacen demasiado evidentes.



A pesar
de este ocultamiento, se multiplican las luchas de poblaciones campesinas e
indígenas que se resisten al avasallamiento de sus derechos cuando estas empresas
desembarcan en la zona para extraer del suelo oro y otros minerales. Lo vimos
aquí en Catamarca por ejemplo, cuando poblaciones locales se enfrentaron a
empresas mineras que mas allá del prometido “derrame” de las riquezas extraídas
de nuestros cerros, consumiendo el agua dulce de nuestros ríos y nuestros
glaciares, poco o nada han hecho por el bienestar de la comunidad.



Y los
gobiernos han jugado generalmente un rol cómplice con estas grandes corporaciones,
reprimiendo brutalmente a través de las fuerzas policiales cualquier tipo de
protesta sobre estos emprendimientos. La vergonzosa Ley antiterrorista
sancionada por el Congreso Nacional ha dado el marco legal para poder “dar
palos” a cualquiera que manifieste su descontento.



Claramente
la industria minera es solo la punta de lanza del modelo extractivista
argentino. El monocultivo de la soja que ha quintuplicado su superficie cultivada
en el país en los últimos 20 años, produce la contaminación y el agotamiento de
los suelos, la expulsión de los campesinos de sus tierras y el cierre de otras actividades
agro ganaderas esenciales para las economías regionales.



Pero repito.
Esto es parte de una agenda mundial en que los países como el nuestro siguen
siendo los grandes proveedores de las materias primas hacia el mundo
desarrollado, dejando abandonada la posibilidad de alcanzar un indispensable
desarrollo industrial. Argentina no es la excepción, sino la regla. Eche un
vistazo a lo que sucede en Uruguay, Bolivia, Chile, e incluso Brasil, que está
maltratando sus Amazonas, y verá cómo cada una de estas naciones cumplen su rol
de exportadores de productos básicos con poco o ningún valor agregado. Las
represiones también se hacen presentes en esos lugares y los Estados se ponen
al servicio de los grandes capitales para aplacar los ánimos, a veces a fuerza
de balas de plomo. Hoy lo saben más que nunca los mineros en Sudáfrica.



Se
necesita adoptar otro modelo de desarrollo económico social que nos beneficie a
todos y no solo a estas grandes corporaciones, y donde la naturaleza no sea
agredida de tal forma que las próximas generaciones sufran sus consecuencias.
En definitiva, nos urge un modelo de país que más allá de los títulos rimbombantes
que el gobernante de turno le quiera dar, garantice la soberanía alimentaria
con el acceso por parte de la población a los alimentos básicos de su dieta,
que no dañe los cerros, glaciares y ríos, reservas indispensables de agua dulce
y que respete los derechos históricos de los pueblos originarios, dándoles el
lugar que les corresponde en la sociedad y no castigándolos con la represión y
el maltrato.



Y un
último consejo a quienes nos gobiernan. Me parece perfecto que se combata la
evasión fiscal, la informalidad laboral y la economía en negro para que las
reglas sean justas y paguen todos los que tengan que pagar sus impuestos. Pero,
antes de estar “rascando” las ollas para cobrarse hasta el último peso de cada
uno de los pequeños contribuyentes, si el Estado argentino está tan urgido de
recursos como parece, ya sea porque se “durmió” privatizando tarde YPF o por la
crisis internacional, que deje de lado a nosotros, los “perejiles”, y vaya por
los grandes peces que siguen sacando la plata fuera del país a paladas, en
virtud de una legislación que les garantiza hacerlo sin tener que violar
ninguna ley.